Me preparé para darse
una ducha. Echó al suelo la misma toalla marrón de siempre. Me fui
quitando los zapatos, calcetines; Los pantalones, ropa interior y se
quitó el amarre que le dejaba el pelo escondido en lo más alto.
Abrí el grifo, titubeante como siempre, sin apenas caudal de agua.
Caliente. Vapor de agua. Hierve el aire. Me meto bajo el agua,
contengo la respiración. Inmerso en un mal pensamiento. ¡Agua
bendita que esquilmas la lepra! ¡Agua bendita! ¡Agua bendita! Mis
manos se deshacen, mi piel se contrae, se funde, se quema... Nada
mejor que agua hirviendo para arrancar las costras de ese amor
húmedo, residual en las paredes que antaño ofrecieron el sudor por
las baldosas. El corazón bombea despacio. Abro el grifo muy
despacio. Muy despacio. Ahora está helada, meto la cabeza bajo el
chorro y muero. Muero en un suspiro, eternamente, congelado en ideas
dispersas, renovado y extasiado. Aparto de nuevo el grifo frío. Y
vuelvo a quemarme. Repito la acción un puñado de veces, me echo gel
sobre el cuerpo, me froto con las manos arrugadas y suspiro. Suspiro
por los fantasmas que deambulan y te zarandean cuando se aburren.
Suspiro por recordar. Por recordar las contracciones del amor.
Suspiro para vivir. El espejo se empaña. Sus suspiros son míos. Con
una mano me paso el pelo hacia detrás, para reconducir la situación
de anarquía. Muevo la cabeza. Me asienten los pandemonios de la
dicha suscitada; Que no lograda. Cierro el agua. Lagos quedaron secos
tras mi muerte en vida. Lagos de lágrimas que no merecen ser tenidas
en cuenta y se secan antes de salir a flote. La corriente sanguínea
se acelera al verse como corriente prioritaria y respiro bien hondo.
Me seco. Una vez seco, me siento, enciendo un cigarrillo , sirvo una
cerveza y me quedo mirando por la ventana. Miro fuera como si
estuviera lo que busco. La sombra prometida al descanso del sol
aparece mientras nadie la esperaba. Se hace de noche. Me diluyo en la
idea de la reencarnación metafórica. De vivir por encima de la
congoja y las agallas fallidas, Sonrío porque no es fácil
estrellarse y conservar los dientes y la lengua. El tiempo pasa.
Muchos lo dejan seguir, lo dejan pasar, entonan un canto de
sometimiento al karma y pierden la garganta. Antes siquiera de
empezar a gritar. Me esforcé por clavar la vista en uno de los gatos
que mantenían el polvo del patio como mero 'atrezzo' e imaginé que
Saturno hacía acto de presencia, con lágrimas en los ojos, el
hambre de una fiera y el corazón acelerado. Caen cascadas por entre
mis hombros de agua acumulada en las alturas. Agito la cabeza,
mojando los cristales. Grito casi sin hacerlo en el éxtasis del
herido de muerte, mientras echan raíces en mi pecho los limoneros de
Boabdil; Y su ácido amargo deja leer mensajes secretos ocultos en
páginas aún en blanco. Y pecas.
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