lunes, 12 de marzo de 2012

Chica; (en Opio)

Cuerpo humano.
Extremidades.
Carne
sobre carne
sobre más y más carne.
Sudor frío,
más tarde, caliente.
Se me quedan
los músculos
y las manos
hechas un ovillo.
Entrelazado
entre piel frío,
de pies
hielo puro.
Invierno
que me recoge
dentro de sí mismo.

Una voz de fondo.
¡Vuelve!
me reprocha.
Por más que deseo
no perderme demasiado,
acabo con los dedos
desgastados,
como cuando
aún en plena niñez
me sumergía sin límite
ni conciencia
en el fondo de la bañera.

¡Vuelve! - Involuntariamente
me sigo perdiendo.
(En lo que soy, y sigo siendo)
Un pedazo de garganta
ajena
atrofiada y escrupulosa
a la saliva ajena
escupida sin fuerza,
ni ganas, ni pretensión
de crear onda en toda superficie líquida.
Sé leche.
Sé whisky.
Sed.
Misma forma,
misma voz,
mismo carácter,
reconstruido sobre cenizas
casi intangibles.
Sed de ti.

Vuelvo. Y no encuentro
más
que lo que esperaba.
No tenerme el corazón
con giros inverosímiles,
de trazado amargo.
Quizás
            algunas
puntas de flecha
envenenadas
de vez en cuando,
pero siempre ala deriva.
Tal como fuese la del propio Cid.

No por miedo
cambio mis colmillos
por halagos desprovistos de vida.
Permitirlo sería de cobarde.
Por loco ahogaría mis propios ojos
para enjugar mi vista entera
y ver en nuevo, lo que antes no lo fuera.
Pero nunca,
ante nada,
tiraría la llave.
Si con ella te puedo abrir el alma.
Y si en sí misma, es la sensación
de cada mirada mutua,
y cada desacompasado
mal momento
y buen instante,
que consigo arrancarte.

El perro envejece,
pero no su fascinación
por oler culos ajenos.