jueves, 11 de septiembre de 2014

Final feliz

El aquellare duró meses.
Todos quedaron impasibles.
Casi todos, menos uno.
Siguió cantando
mientras todos
quedaban sin poder ver
más luz que la intuida.
Apagó las llamas,
dio un último sorbo
y se prezipitó hazia el fuego.

La piel del Lobo obvio

Una madriguera honda. Profunda. Hecha de carne y huesos. Luz tenue. Luz fija al fondo. Un solo paso. Salto al vazío, Agreste. Dientes de león, sin colmillos. Ladra la luna. Apenas ya se puede ver. Meto todo mi cuerpo en lo más dentro. Respeto los silenzios que sondean mi alma. Corro. Esquivo ramas, ramas y más ramas. ¿Espinas? Cadáveres de dragones en estado descompuesto. La magia es etérea. No inexistente. Calculo las horas. Se abre despazio la ventana. Cortinas enroscadas en los bordes de la misma. Restos de un estado anterior. Descuelgo mi elixir de vida eterna. Hoy me entrego a los hombres, a la raza impía. Recojo la ceniza sobre el suelo y las sábanas. Creo que no he llegado a cerrar los ojos. Corrijo el tiempo, que me mira con  los ojos ensangrentados. Soy yo. Soy un reflejo. Apago la luz del baño. Depredador de áreas vazías. Salmo primero. Ya lo dezía Saturno: No confíes en tu propia sangre. Toallas colgadas de forma inexacta. Pies fríos. Bestia fatua, me hablas al óido. Golpeo con los puños la madera. Cruje la puerta. Había entregado mi alma. "No te perteneze", repite. Bocao entre últimos coletazos de humo. Sonrío. Cojo aire. Desorden en cuero. Botas desparramadas. Restos de naufragio. Losas moteadas. Abro los ojos. Releo palabras anteriores. A la mitad, paso a otra cosa. Cantos de sirena.

Un escalofrío desarticulado.
La piel de gallina.
¡Horizonte anaranjado!

Fe ciega
en los altos hornos
donde se cuezen
pesadillas.

Gusanos bajo mi piel.

Sonríe,
como el que lo ha perdido todo.
Vivo.

Se mantiene la pugna entre el Zielo y el Infierno

La sal no cura las heridas.

Complico mi estado de situo. Desafilo las lanzas. Los grilletes de la amargura son transparentes. Vozifero por un orgasmo. Me callo, sumiso. Orquesto el fin del mundo dentro de mi propia boca. Escupo desde las alturas en roto gutural. Rozío de horas muertas. Desatiendo el pulso. Rojo espasmo. Encuentro con mi propia sombra. No hay nada organizado. Ninguna palabra vale nada. El compromiso es una mala zorra. El miedo, la madre de todos los monstruos. La madrugada llora por quienes se destierran a ella apretando los puños. Cortes. Hematomas de encuentros casuales. Sólo el dolor permaneze inmaculado. Carne aún caliente tambaleándose por la azera. Respirazión en eco.

Es fázil venzerse a uno mismo.
Soltar el lastre de la cabezonería
y las ojeras por amor.

Recoloco los pilares del mundo. Hércules de escasa hombría, apartando restos de cascotes de enzima de su cabeza. Despeinado. Trenzas confusas, incongruentes. Relámpagos secos. Estado de no retorno. Santa Fe. Saziar la sed con las uñas del destino. Despazio. No. Aún no esta perdida la guerra. ¡Desapareze, estatua de la libertad!

Desapareze.

Vértize opuesto

Llegué de noche.
No demasiado tarde.
Con los ojos echados sobre persianas
 y la voz de mil diablos.
Una anatomía medida
por el diapasón de la noche.
De su frío inzipiente,
de su luz desgarradora.

Haze falta demasiado
para llegar
a algo.

Huelo los errores pasados,
calientes como el café
que acabo de prepararme
apena cede la noche.

Separatismos en informe interno
entre el corazón,
que se relame las heridas,
y el negro de la noche.

No me embarcaré a las américas,
ni verteré un mar Egeo
por tristes cajas de Pandora.
No consumiré mi alma por nada.
Por apenas algo...

Teorías del fin del mundo
agrietadas, en tono ácido.
Cabalgan un par de parejas
de jinetes desvalidos,
sin caballo,
tambaleándose
entre calles muertas,
predispuesta a ser insertadas
nada más floreze la dezenzia.