viernes, 21 de agosto de 2015

Sin noticias de Ítaca

Me preparé para darse una ducha. Echó al suelo la misma toalla marrón de siempre. Me fui quitando los zapatos, calcetines; Los pantalones, ropa interior y se quitó el amarre que le dejaba el pelo escondido en lo más alto. Abrí el grifo, titubeante como siempre, sin apenas caudal de agua. Caliente. Vapor de agua. Hierve el aire. Me meto bajo el agua, contengo la respiración. Inmerso en un mal pensamiento. ¡Agua bendita que esquilmas la lepra! ¡Agua bendita! ¡Agua bendita! Mis manos se deshacen, mi piel se contrae, se funde, se quema... Nada mejor que agua hirviendo para arrancar las costras de ese amor húmedo, residual en las paredes que antaño ofrecieron el sudor por las baldosas. El corazón bombea despacio. Abro el grifo muy despacio. Muy despacio. Ahora está helada, meto la cabeza bajo el chorro y muero. Muero en un suspiro, eternamente, congelado en ideas dispersas, renovado y extasiado. Aparto de nuevo el grifo frío. Y vuelvo a quemarme. Repito la acción un puñado de veces, me echo gel sobre el cuerpo, me froto con las manos arrugadas y suspiro. Suspiro por los fantasmas que deambulan y te zarandean cuando se aburren. Suspiro por recordar. Por recordar las contracciones del amor. Suspiro para vivir. El espejo se empaña. Sus suspiros son míos. Con una mano me paso el pelo hacia detrás, para reconducir la situación de anarquía. Muevo la cabeza. Me asienten los pandemonios de la dicha suscitada; Que no lograda. Cierro el agua. Lagos quedaron secos tras mi muerte en vida. Lagos de lágrimas que no merecen ser tenidas en cuenta y se secan antes de salir a flote. La corriente sanguínea se acelera al verse como corriente prioritaria y respiro bien hondo. Me seco. Una vez seco, me siento, enciendo un cigarrillo , sirvo una cerveza y me quedo mirando por la ventana. Miro fuera como si estuviera lo que busco. La sombra prometida al descanso del sol aparece mientras nadie la esperaba. Se hace de noche. Me diluyo en la idea de la reencarnación metafórica. De vivir por encima de la congoja y las agallas fallidas, Sonrío porque no es fácil estrellarse y conservar los dientes y la lengua. El tiempo pasa. Muchos lo dejan seguir, lo dejan pasar, entonan un canto de sometimiento al karma y pierden la garganta. Antes siquiera de empezar a gritar. Me esforcé por clavar la vista en uno de los gatos que mantenían el polvo del patio como mero 'atrezzo' e imaginé que Saturno hacía acto de presencia, con lágrimas en los ojos, el hambre de una fiera y el corazón acelerado. Caen cascadas por entre mis hombros de agua acumulada en las alturas. Agito la cabeza, mojando los cristales. Grito casi sin hacerlo en el éxtasis del herido de muerte, mientras echan raíces en mi pecho los limoneros de Boabdil; Y su ácido amargo deja leer mensajes secretos ocultos en páginas aún en blanco. Y pecas.

domingo, 16 de agosto de 2015

Rebosa la llegada de plata

Fumo. Fumo demasiado. Me consumo antes de tiempo. No vivo ya para el drama, ni siquiera me recuesto a sus pies en las noches frías. Ahora simplemente me sostengo en no hacer nada y me dejo llevar. Entre una humareda victoriana y una tos incipiente, seca y áspera. Fumo porque no sé hacer otra cosa. Me sumerjo, me desoigo y no escatimo en saliva. Fumo porque tengo miedo, y fumo por la victoria. Suenan cascos de batalla de fondo. No soy nadie, he huido en diversas direcciones y mis manos están con marcas profundas de cortes de desgarrarme la piel de tanto enredarme en la sombra. Fumo porque al menos así agarro y muerdo una boca ajena... 

(Garganta a dentro), (Garganta adentro).

...y unos labios...

 (Garganta fuera) (Garganta ardiendo)

Fumo, esquilmo mis arterias con la saña del que no controla el vicio, y no vicio mi visión. Pues siempre veo. Pero no oigo, como habiendo perdido los tímpanos en una explosión muy lejana. En alguna batalla o amotinamiento. Ya no escucho como late un corazón acelerado por la pasión, ni el pánico, de ataque mortal. Ya no puedo resumir mi corazonada a evitar equivocarme. Cargo de tabaco negro de vainilla la pipa, aseguro con una mirada rápida que mis zapatos están atados, inspiro con fuerza y dejo que el alma condensada de todos los sueños errantes lo abarque absolutamente todo. Fumo, mientras espero que llueva y así el vaho y el humo se alíen contra el frío de la calle. Aspiro, jalo, imprimo un cupón de descuento al infierno en mis pulmones; Hago reposo de mitologías obsoletas, pierdo la conjura de los necios, calzo un 42 o 43 y siempre que puedo me pierdo. Piso el barro, los charcos, lanzo cerillas ennegrecidas dentro de las alcantarillas y cada vez que me cerca un mal pensamiento aguanto la respiración y aprieto los puños. Aprieto el corazón contra el suelo.