Parte
Segunda
Sangre
criolla. Casi me acuerdo de tu cuerpo, de tus largas avenidas; Esas
que desde casi siempre demarcan el paso acelerado del tiempo.
Estatuas de conquistadores en las alturas, dicen que a la vista de
todos, aunque quizás demasiado hacia lo alto. Tanto que ya nadie se
acerca a levantar la vista. Hay demasiado color en las fachadas, los
balcones y las calles estrechas. Opté por darme de lado, por
arrancarme a beber en tragos lentos, en plazas de diamante, donde se
esconden los que saben que demasiado a menudo el ansia de público
deja la intimidad a flor de piel. Trago a trago, a bocanadas lentas
de humo, sin mechero... Obligándome a la épica de congeniar con el
prójimo, culpable. Aún cuando este articula en otra lengua sus desvives. Y
vencí como el que lucha, con la boca llena de palabras. Me escondí,
y resurgí mirando a todos lados.
Ciudad que se viste de noche
incluso cuando ya es de día. Donde no hay horas muertas, donde no hay más
miedo, que el propio miedo acumulado. Barrios de alta gama con
argamasa de lodo, y corazones jóvenes, hartos de trabajar por una
miseria, en propina de mísero tiempo libre. Y ahí van, con la cabeza alta,
sabiendo todos ellos, cada uno de los habitantes de esa comarca
atemporal, que el tiempo pasa. Y no hay suficiente vino para todas las gargantas, deshidratadas de estos norteños rumiantes de sueños,
ni suficiente silencio a la hora de exponer, conciliar o celebrar algo. Se respira con la
boca abierta, y no me contradigo cuando digo que todo es de color,
que la tortilla sale más amarilla, que el frío no quiebra, sino
estalla como un baño de agua templada. No tengo memoria. No
demasiada. Intento quedarme con pedazos de lo vivido. Hoy, tiempo al
tiempo, todos queremos poder saber lo que hemos aprendido, viajar
como hasta las estrellas y poder contarlo. Nos regimos por la lógica
de la culpabilidad. Se nos rompe el alma si no podemos emborracharnos
y rompernos la camisa al salir del 'tajo', a la hora de hallar un
atajo con que alardear de buena vida. De felices años '50 va la
cosa, de una vuelta a la experiencia, al acto inerte del congreso,
ojo al ojo, mano que se tiende a la mano, con vecinos de pinza de piedra atada al suelo en las traviesas travesías, que aviesas, atraviesan las calles, para darle
columna vertebral a estos barrios uniformes. Y eso me cautiva. Lo
pináculos de punta de flecha, los 'punxes', el oficio del arte
desacralizado. Se desenmascaran las artes superfluas, las rastas y
los ojos pintados se quedan en mero artificio, y la ciudad juega a
ser libre en una propia independencia. Se superpone la fe conjunta en
alcanzar una meta, que 'el hombre devora a hombre', 'lobo contra lobo',
capitalistas y muertos de hambre por vicio. Aunque también los
habrá, el humano no defrauda. Aunque a veces merece la pena pararse
y toser sin miedo a caerte de espaldas. Sensaciones, sólo me atengo
a ellas, todo lo demás seria utilizar la masa gris. Y ahí no podría
ser objetivo. ¡Barcelona, puta de piernas largas que camina con
viento de levante! Y digo puta, como estampa, como sordo de café,
como corazón que siempre sangra. Eres una diosa de pies delgados y
muslos prietos. Y hueles de las mil maravillas, con tu perfume de
'somos diferentes', y tu sabor a carne cruda. Carne de vírgenes
cretenses, de sudor y lágrimas ante el amor perdido. No se te
escapan los héroes ni las metáforas. Es la herencia del exotismo de
tu tierra, de lo que se espera y encuentra. Sabes mentir tus
agujeros, y esconder los que atrapan como un cepo el ansia de vida
del torpe; Quien cae y rueda por tus ramblas sin terminar de perder
el aliento. Escupo junto a la acera, bajo la metálica escalera, dejo
paso a mi izquierda, a mi derecha corren presos, los que ofertan su
viaje por los raíles del metro, con la prisa programada y el acierto
y el dinero, de atraverse a convivir con tu suelo escamado, con tus
interminables museos, tu lluvia cuando le toca, tu nieve, tu
Tibidabo, tu ascensión... Muchos trinan por gritar ante el agobio
del trauma de estar en el sitio señalado sin poder retenerlo entre
los dedos. Y aún así no es un lugar de paso, es un nido de buitres,
que a punto de extinguirse alzan las alas en estampida de calor.
Porque es eso lo que siento. Un calor fortuito, que me coge
desprevenido, que me deja seco y sin saliva; que enreda mi pelo. Y
entre todo su silueta, esquiva a cada esquina, y sus demonios
errantes. No es tierra de inocentes, la sangre corrió, su barrio
judío y su gótico se tambalean entre la fama y el turismo. La venta
de cabelleras no ha hecho más que comenzar. Cruzadas por protegerse
del olor a nuevo, cruzadas opuestas de manadas de almas deseosas de
arrancarle parte de su alma, frente a ellos. Batalla campal. Y bajo
la cal de los cadáveres y el azúcar del primer sorbo de Colombia
matutino, germinan los ojos llenos de legañas de estos barceloneses
hartos de vino, de pan con tomate, y rebujinas inconexas de alcohol y
finas hierbas. Toma el hígado su pastilla del día después cada
madrugada. Resina dialéctica, angina diafana de pecho; Salmón y
avena, ¡Diantres, no estoy muerto! Una diana en mi pecho, de pechos
tungentes y voz acentuada, donde recibir los dardos de hierro y fe
que envalentonan la parte intransigente de mi calma. Tan fácil
añorarte.