miércoles, 18 de febrero de 2015

Barcelona: Clamorosa consecuezia

Parte Segunda


Sangre criolla. Casi me acuerdo de tu cuerpo, de tus largas avenidas; Esas que desde casi siempre demarcan el paso acelerado del tiempo. Estatuas de conquistadores en las alturas, dicen que a la vista de todos, aunque quizás demasiado hacia lo alto. Tanto que ya nadie se acerca a levantar la vista. Hay demasiado color en las fachadas, los balcones y las calles estrechas. Opté por darme de lado, por arrancarme a beber en tragos lentos, en plazas de diamante, donde se esconden los que saben que demasiado a menudo el ansia de público deja la intimidad a flor de piel. Trago a trago, a bocanadas lentas de humo, sin mechero... Obligándome a la épica de congeniar con el prójimo, culpable. Aún cuando este articula en otra lengua sus desvives. Y vencí como el que lucha, con la boca llena de palabras. Me escondí, y resurgí mirando a todos lados. 

Ciudad que se viste de noche incluso cuando ya es de día. Donde no hay horas muertas, donde no hay más miedo, que el propio miedo acumulado. Barrios de alta gama con argamasa de lodo, y corazones jóvenes, hartos de trabajar por una miseria, en propina de mísero tiempo libre. Y ahí van, con la cabeza alta, sabiendo todos ellos, cada uno de los habitantes de esa comarca atemporal, que el tiempo pasa. Y no hay suficiente vino para todas las gargantas, deshidratadas de estos norteños rumiantes de sueños, ni suficiente silencio a la hora de exponer, conciliar o celebrar algo. Se respira con la boca abierta, y no me contradigo cuando digo que todo es de color, que la tortilla sale más amarilla, que el frío no quiebra, sino estalla como un baño de agua templada. No tengo memoria. No demasiada. Intento quedarme con pedazos de lo vivido. Hoy, tiempo al tiempo, todos queremos poder saber lo que hemos aprendido, viajar como hasta las estrellas y poder contarlo. Nos regimos por la lógica de la culpabilidad. Se nos rompe el alma si no podemos emborracharnos y rompernos la camisa al salir del 'tajo', a la hora de hallar un atajo con que alardear de buena vida. De felices años '50 va la cosa, de una vuelta a la experiencia, al acto inerte del congreso, ojo al ojo, mano que se tiende a la mano, con vecinos de pinza de piedra atada al suelo en las traviesas travesías, que aviesas, atraviesan las calles, para darle columna vertebral a estos barrios uniformes. Y eso me cautiva. Lo pináculos de punta de flecha, los 'punxes', el oficio del arte desacralizado. Se desenmascaran las artes superfluas, las rastas y los ojos pintados se quedan en mero artificio, y la ciudad juega a ser libre en una propia independencia. Se superpone la fe conjunta en alcanzar una meta, que 'el hombre devora a hombre', 'lobo contra lobo', capitalistas y muertos de hambre por vicio. Aunque también los habrá, el humano no defrauda. Aunque a veces merece la pena pararse y toser sin miedo a caerte de espaldas. Sensaciones, sólo me atengo a ellas, todo lo demás seria utilizar la masa gris. Y ahí no podría ser objetivo. ¡Barcelona, puta de piernas largas que camina con viento de levante! Y digo puta, como estampa, como sordo de café, como corazón que siempre sangra. Eres una diosa de pies delgados y muslos prietos. Y hueles de las mil maravillas, con tu perfume de 'somos diferentes', y tu sabor a carne cruda. Carne de vírgenes cretenses, de sudor y lágrimas ante el amor perdido. No se te escapan los héroes ni las metáforas. Es la herencia del exotismo de tu tierra, de lo que se espera y encuentra. Sabes mentir tus agujeros, y esconder los que atrapan como un cepo el ansia de vida del torpe; Quien cae y rueda por tus ramblas sin terminar de perder el aliento. Escupo junto a la acera, bajo la metálica escalera, dejo paso a mi izquierda, a mi derecha corren presos, los que ofertan su viaje por los raíles del metro, con la prisa programada y el acierto y el dinero, de atraverse a convivir con tu suelo escamado, con tus interminables museos, tu lluvia cuando le toca, tu nieve, tu Tibidabo, tu ascensión... Muchos trinan por gritar ante el agobio del trauma de estar en el sitio señalado sin poder retenerlo entre los dedos. Y aún así no es un lugar de paso, es un nido de buitres, que a punto de extinguirse alzan las alas en estampida de calor. Porque es eso lo que siento. Un calor fortuito, que me coge desprevenido, que me deja seco y sin saliva; que enreda mi pelo. Y entre todo su silueta, esquiva a cada esquina, y sus demonios errantes. No es tierra de inocentes, la sangre corrió, su barrio judío y su gótico se tambalean entre la fama y el turismo. La venta de cabelleras no ha hecho más que comenzar. Cruzadas por protegerse del olor a nuevo, cruzadas opuestas de manadas de almas deseosas de arrancarle parte de su alma, frente a ellos. Batalla campal. Y bajo la cal de los cadáveres y el azúcar del primer sorbo de Colombia matutino, germinan los ojos llenos de legañas de estos barceloneses hartos de vino, de pan con tomate, y rebujinas inconexas de alcohol y finas hierbas. Toma el hígado su pastilla del día después cada madrugada. Resina dialéctica, angina diafana de pecho; Salmón y avena, ¡Diantres, no estoy muerto! Una diana en mi pecho, de pechos tungentes y voz acentuada, donde recibir los dardos de hierro y fe que envalentonan la parte intransigente de mi calma. Tan fácil añorarte.

Barcelona (I Parte)

Fuera del avión olía a grandeza. Un lugar demasiado grande para tomárselo a la ligera y quitarle importancia. La vista de Barcelona formaba burbujas de visión que se extendían y expandían por encima de los tejados y los edificios. Barrios y más barrios unidos a corazón y azulejo, en una maniática capacidad por conservar lo suyo pase lo que pase, a expensas de una libertad que desamortiza a veces su verdadero valor. Todo radicalismo asevera una falta concienzuda de fe. Pero esta vez las voces y los rumores quedaron en humo. La mitología y antecedentes a la causa de esta capital sin reino eran demasiado grandes. Ni siquiera una mala publicidad podría arrancarle las alas a esos pequeños San Jorges armados y en posición de choque, alentados por la gloria y el aliento de dragón. Baluartes medievales de un modernismo en conserva. Cada calle, cada gárgola, cada plaza, cada iglesia... Barcelona es puro orgasmo a los ojos del que sueña, y eso sentí al desembarcar y oír sus cantos de sirena. Me atreví a inmiscuirme en su cuerpo, a bajar a sus raíles e infiernos, y encontré un cálido agujero donde resguardarme de la inclemencia del tiempo. Grazia frente a mí, bajo mis pies, con su olor a ecológico y calmado. Calles de piedra zurzida, tatuadas en contemporáneo, con bancos, tiendas, fruterías, altos hornos de la dicha en el sorbo de encarecidas cervezas. Pero llegado el momento no importaba demasiado. Llegaba a la torre señalada, princesa a rescatar con melena al viento y un barril entero de buenas intenciones. “Más te valdría que fuesen manzanas”, pensaba John Long Silver, al verme abrir tanto la boca para sonreír sin motivo. Y aún así me lanzé al foso de los cocodrilos. Recorrí cada jodida calle de su esqueleto imperial sin sentimiento de cansancio, sin hartazgo ni necesidad de parada. Me envolví los ojos en la historia y los destellos de gloria, me encaminaron al paredón de la lógico y aprendí. Como hacía tiempo que no hacía. Un Quijote hecho de astillas, mordiendo el polvo de los cascos de su caballo, limando las asperezas de sus herraduras. Sancho Panza, en cuerpo escuálido y definido sosteniendo sobre sus hombros las palabras que yo iba sacando por mi garganta. Dos frente a un destino árido, sólo dos hechos uno, a pesar del cambio climático. Idas y venidas sin límite, hasta volver al castillo. San Antoni entre llamas dio la bienvenida al cuerpo de expedición, sus miradas eran hasta conocidas, prestada la debida atención. Armaduras a los pies del sofá, sábanas a revolver por el camino, y un sol que se nutría de cada una de sus sombras. Así me quedé, a solas, esperando el fin del mundo mientras el tiempo se pausaba en su atracción al vazío. Timbre, abren, cojo aire; Pasos, cerca, huele a nuevo. Rizos, blanco, pecas y más pecas... Labios cosidos a labios, bajo un chaparrón de diente y saliva. Manos, que cogen manos, que sienten curvas, que abrazan torsos, ropa que llueve hazia el suelo, muslos que aguantan lenguas, cortas y largas uñas, vientre planos y agujeros. Mastico como masticas, siento sin ánimo de zielo, me rijo por la lógica del fénix, muero y renazco en tu cuerpo. Leones atragantados y hechos hienas, sonriendo al destiempo del instante. Tan rápido como llegó el otoño, y todas sus hojas cubrieron la madera del suelo, llegó el invierno frío y portentoso y se llevó el calor, las llamas fatuas, y hasta alguno de sus dragones. Me rindo a la ciudad, desde las alturas, medio desnudo, pensativo, apretando la dentadura... Me sumerjo en mí para encontrarme y no puedo más que sonreír. Avenidas, moda en ciernes, multitudes de amarillos; lenguas propias y extranjeras conectadas a un halo de sabor. Me quito la vida en ti, Barcelona, me quedo mudo como cuando amaba, respetando esa situación disconforme de permitir que transcurran los días con una hora de vuelta. Ninguna guerra se ganó a contratiempo, de forma acelerada. Ningún orgasmo tampoco. Ni debieran dejarse para luego. Cansado, como siempre, con un techo donde urdir mis maldades, desheredado de una tierra prometida; De su cobrizo rizo, de sus batallas ansiadas, me dejé llevar por el fuego de una urbe desamurallada. Me dejé llevar, poco a poco, ronco en nada, y conseguí ver que es quizás el acto de valía para matar a la fiera lo único importante. Ni dragón ni quien 'a prenda' a tocarme por la espalda, ni vestigios de esperanzas, contenciosas y esperadas. Soy yo por los mares de Grazia, por sus templos y sus vidas, en sus noches en familia, en sus noches hondas y frías. A balcón por la mañana, café sólo, con azúcar, y esperar que suenen fuerte las campanas. Catedrales, barrios altos, policías en despliegue incierto, sensación a limpia calle, sensaciones de contento. Todo se abre ante mí, se fraguan ideas, hasta sueños, aún sin el cáliz de Cristo y su santa sangre. Seré más perezedero, más carne cruda. No me siento en despliegue de demonios, ni en malas artes, mala calma. Hoy por hoy es demasiado pronto para casi todo, y aún así el sol sale como siempre. No haya quejas.