miércoles, 3 de diciembre de 2014

No existe paz para los malvados

No quisiera morirme de miedo cada vez que sale el sol por la ventana. Esa humedad restante al pánico, expandiéndose por los cristales entreabiertos o entrecerrados por donde se filtra un suspiro de aire frío. Somos mañana, y nos amanecemos con ella. La noche, diosa rastrera, que tanto amor y versos arranca de tu cabeza, para tatuártelos a fuego nada más abandonarte al sueño.

No quisiera ser piel de animal de matanza, un abrigo para la cobardía ajena, un tocón sin anillos vitales, sin vida, sin explosión de fuerza. No quisiera. Ni que llegue el punto de que los días, agrios y distendidos se queden entre mis dientes; inmasticables. Todos tenemos un tiempo limitado. Que los dientes no sufran como corazón; ojo por ojo, fantasma a fantasma, diente por carne, que entra a la fuerza. La fuerza del diente, marcado desde haze generaziones , en el cuello.

Dezimos que nezesitamos luz. No nos merezemos ni miedo. Ya amanezemos con las ideas turbias para ansiar que se nos notifique la claridad del día, como esperando una palmadita en la espalda y un 'buenos días', como si le importases a alguien. Aprende, a resumidas cuentas, a ser franco. Aprende, a secas, incluso aunque la noche caiga con todo su manto otoñal de aciago llanto. Llueve. Me relaja esa calma predispuesta por la humedad creziente. Un estado adverbial de hirientes simientes que salen cuan exputo de una garganta de alpinista, con grietas y agujeros negros. Polvo! De talco! Amarro un hilo de luz. Me levanto. Soporto el insomne cansanzio, las vueltas entre sábanas, el canto acérrimo del gallo que no existe, el despertador, las horas que se escapan, ojos que tiemblan, boca que seca corroe las palabras como óxido... Me incorporo, sudo, lloro. Perdón, ya no lloro ni imploro. Grito un instante. Se siente radiante la diosa Fortuna, mostrando sus pechos, mientras parpadeo muy lentamente.

Resuzito como Lázaro. Quedo mirando el infinito sin un punto concreto. No soy parte del mismo, ni de la razón anunziada en los labios de Cupido. No soy tan divertido. Más bien algo así, algo parezido, a una pronta avinagrada impronta de raízes mustias y sonrisa de hiena. Es época de vacas flacas, y por desgrazia, santificamos hasta a esas condenadas. Las hacemos santas. Satanases de alas doradas y amores pasados, sobrevolando mi cabeza. Esculpo las notas desafinadas de mi cerebro. Escupo sobre ellas. No le veo arreglo, más que la muerte anunziada por los relatos de piratas. Viento a favor, abordaje, resfrían los astros una estela de cálida órbita. Y entre tanta palabra sigo sentado, mirando el infinito y siendo apenas nada. Siendo el amor que retengo, la intensidad de una mirada...

-No! Ya está!

-Tranquila, queda olvidada...