martes, 11 de octubre de 2011

Hoy no se come

Me lo repites al oído.
Sé que no es fácil
y que te faltan ganas.
Nada me gustaría
más
que arrancarte
las costras de los ojos
y ayudarte
a ver la luz del sol.
Me siento apartado.
Una voz
en tono de grito
metiéndose dentro
de mis oídos
y dejándome completamente
aislado
en una presión
que presiona
presiona
y presiona
hasta hacerme salir
el cerebro por los
agujeros de la nariz.

Acostumbrado
a escupir sangre
allá donde voy.
Al sabor a cobre
y la saliva
amarga
acumulándose
llega un momento
que siento
como si estuviera sacando
una parte de mí mismo.

Sí,
estoy harto
de que mis sentimientos
hacia lo que me rodea
se me vayan marcando
en cada palmo de piel.
Uno se habitúa...
a perder
a no ver nada
a amar la falta de amor
que provoca estar
completamente solo.

Pero tengo motivos
para quejarme.
Ansiedad.
Sequedad de garganta.
Indigestión de humo.
Aún controlo
el movimiento
de mis propios pies.

Siempre hay algún
día más negro que los otros.
Detesto esquivar
los malos días
metido entre las sábanas.
Las mías sudan junto a mí,
en un matrimonio de
conveniencia
renovado semanalmente.
Cuando todo se rompe
y no puedo
ni morderme
la lengua,
me meto bajo el agua hirviendo,
para luego sentarme
a primeras horas de la mañana
con un frío,
no diré otoñal,
de invierno mustio
y espero mientras se me seca el pelo.
A veces me duele la cabeza.
Siempre hay salida
a los malos demonios,
las sombras
y el pánico relacional.

Sólo puede conmigo
un café
con dos cucharadas de azúcar
y su sensación obligada
de meterme a reflexionar
al baño...
Nunca falla