domingo, 9 de marzo de 2014

'Deslizarse' hazia el oso...

Desperté sentado junto a una secuoya. Aturdido. Desperté sin saber en dónde estaba ni que me había llevado allí. Las manos heladas y los labios rotos casi por completo. Una sensazión de desazón me recorría el cuerpo. Mentiría si dijera que el porqué de donde me encontraba me era indiferente, pues despertar en tierra de nadie, con las manos de otro, y el corazón acelerado no es zielo ni tierra en mi día a día. 
Me incorporé despazio. La prisa es de cobardes. Me quedé de pie, primero sobre mí mismo, y más tarde, apenas unos segundos después, apoyado en el tronco de la madre secuoya, que se erigía sobre mi cabeza hasta alcanzar las nubes más rezagadas de la cúpula celeste. Un tronco rudo como mi voluntad, de un castaño cobrizo. A mi alrededor decenas o cientos de troncos que formaban un mapa de cortezas vivas, presencias vivas, sobre la que sostener el alma de todo un bosque. Pilares de madera sobre los que dejar caer la espalda, cansada en el sobresalto de buscar un punto reconocible que me sirviera de guía.


En tan sólo un instante se me vino a la cabeza el motivo de mi sitio. Empecé a sitiar ideas, hilvanar un 'conque' con el cual encontrarme a mí mismo. 

La caza del oso...

Fui al bosque para cazar un ejemplar, el más grande que pudiera. No tenía motivos para ello, o al menos no los tenía una vez hube despertado. Estaba solo en mitad de una nada de árboles y olor a otoño. Quizás era otoño, o pasar la noche entre el frío glacial de la naturaleza me había congelado un poco el alma, los sentidos, y por consiguiente la eficienzia de mi pronunciada nariz.

Toa la vida he estado obsesionado con la caza. He apostado mil veces mis ojos en sombras y luzes intermitentes en el quehacer incomprensible de interrumpir la falta de sosiego. El aliento ajeno, mudo y en aras de quedarse en pausa me ha robado horas y horas de sueño. Desde joven me lanzé siempre en un impulso imprevisible hazia la gran verdad que se esconde en la piel ajena. Pronunciadas zarpas y colmillos. Demasiados colmillos para restar importanzia al hecho de que esa búsqueda por esclarecer un impulso podía costarme la vida. Siempre me sentí vivo en el borde de la navaja, al filo de lo imposible, respirando de los pulmones mismos de la montaña, las estaziones esenciales, el fuego fatuo del tiempo...

Desperté por no dezir nazer, de nuevo, en cierto modo, como cada mañana. Esta vez, como un sol de trémula presenzia, el frío me podía y los vestigios de la noche me podían sobre las espaldas. Tenía el cuerpo cortado. La voz rota, de tos pronunciada, y un dolor en el pecho me hicieron pensar que no había sido buena idea perderme sin pensar.

(...de nuevo...)
                        (...por viejo...)

Cerré los ojos y contuve la respirazión. Inspiré hondo y eché el aire con todas mis fuerzas.

Ahí estaba él.

Ante mí, como una sombra de pelo y garras afiladas estaba el oso. Podía ser cualquiera, pero era el oso que había estado esperando. Abrió la boca mostrándome las simétricas puntas que a lo largo de su dentadura formaban un cepo de marfil perfecto. Perfecto como cada latido que en tono desacompasado temblaba dentro mía, en mí mismo, por cada recoveco de músculo y sangre de mi cuerpo.

La gran bestia parda, portando en su aliento una 'gran verdad', amarga e irresoluble. No tuve miedo por mí. Estaba inquieto en la incomprensible ausenzia de miedo. El animal gritó como un dios crucificado sin abrir la boca. Me lanzó chispas por sus ojos. Su aliento olía a fría noche. Sabía que había estado acechándome, y contuve la respirazión al darme de cuenta de que me había dormido esperando que se acercara. Quería tenerlo cara a cara, frente a frente.

Alargó una de sus garras y me destrozó la camisa. Empezé a sangrar, primero débilmente, luego, no tan débilmente. Y me dí cuenta de que todo mi cuerpo tenía marcas cicatrizadas de garras. En todas direcciones, en todo sentido. Tatuajes de una vida de garras animales. Y me eché a llorar.
No por el hecho innegable de que este encuentro podía arrancarme la vida, sino por todas aquellas cicatrizes que no podía recordar haberme hecho. Errores de una vida relegada a la desidia de una amnesia. ¿Voluntaria y decidida? ¿Deseada?

Puse mi mano derecha, con la otra me sujetaba el pecho justo donde me había marcado con sus uñas de oso, y la coloqué enzima de su cabeza. Se me quedó mirando con la desesperanza de saber que tenía que comerme o acabar conmigo. No le culpo en su apuesta. Quien de impulsos vive, traga agua hirviendo...


Desperté, sentado frente a una vida de dudas. Me fui haciendo a la idea, noche tras día, del 'escapismo'. Repetí raptos de fe y encuentros en mitad de la madre tierra con el mundo animal. Mi cuerpo no me lo podía negar. Cada cicatriz, cada pedazo de carne, cada mustia arruga... Cada sensazión de unión a la causa...


La caza del oso. Su aliento, sus manos y garganta; su olor a hojas húmedas, su fuerza, presenzia, hermosura eran reflejo. Reflejo mi propia sombra, de la atenuante indisposizión a encontrar más motivo que la locura, la batalla, el encuentro con LA BESTIA, como si de un ser mitológico se tratara. Olvidé todo, me olvidé a mí mismo y me obsesioné por cazar al oso, a cada oso cazado, como si fueran mis propios...

                                 ...miedos, mis ilusiones y fantasías.

Corazón en epopeya. Un inquieta angustia se me metía por dentro. Se me sigue metiendo. Casi puedo olerle el aliento a esa criatura. Casi pudo oler el otoño, aunque quede bien lejos. prieto los puños, y abro los ojos. Ni siquiera me preocupo por cerrarlos antes. Secuoyas y bosque suntuoso, con un sol que empezaba a morirse, a marchitarse como mi propia voz. Se me hazía de noche, y no tenía ni la piel del oso a la espalda, ni la muerte anunciada cuando creía haber sido atacado por el mismo. No hay osos en campos de secuoyas, no hay demonios donde mora el sueño. Sólo luzes tenues y sombras alargadas, que como sombras chinescas deforman la vista apercibida, regalando una ilusión al 'ojo que no ve, y el corazón que desoye...

Grandes osos vagan por la mente humana, con hambre voraz y paso asentado. Osos sin intenzión ni motivo. Alusiones de majestuosidad, pelo y garra afiladas. Y mientras tanto, yo sigo oliendo el otoño cuando me decido a despertarme tras sentir que se acercan para marcarme a 'muesca viva' revolviéndome en el frío, la vida...
                   
 la vida...

la vida...