Riesgo.
Cardenales
de un negro
apasionado
en la planta izquierda
del pie.
Tras una caída aparatosa.
Tras resbalarme con
mi propia
sombra y
pisotear un corazón
que convertido
en zapato de cristal
sólo sirvió
para un último vals
de sudor y sangre.
Las fuerzas
no siempre
pueden servirse.
Mi cuello alberga una tensión
que desarticula mis gestos,
consiguiendo tornar
mi fijación de músculos
en deforme consonancia,
en un frío
e hierático semblante.
Sin arrugas ni vida.
Como uno más...
Necesito un buen boca a boca.
Que se me salga hasta la última gota
de agua salada de los pulmones.
No atragantarme más con la lengua,
a no ser que sea ajena,
y comerme el mundo
ensartando sus negras nubes
con las astillas que tengo clavadas
entre cada órgano, ...
cada voz, ...
cada paso...
Y que si hay algún miedo...
Que salga de tu garganta
mientras mi esperma se disuelve en ella.
Miedos con esencia a vida nueva.
Pesadillas de escaso valor.
Autopistas de noche
No hay más amanezeres.
Se escuchan grillos,
gritos...
y orgasmos ideados.
Idílicas muestras
de que algo se mantiene latiente
entre las horas de días muertos.
Piel de serpiente.
...Te toco...
Tienes piel de serpiente.
Abre tus piernas
y ofréceme la manzana.
Tan sólo necesito
tumbarme al sol
con semejanzas a iguanas,
y sacar la lengua
para sentir la brisa.
(mientras el sabor
de la manzana
se corre por mis labios...)
martes, 24 de julio de 2012
Vamos! Vamos!
La voz ronca
de gritar
a todo
lo que me rodea.
Ataques de ansiedad,
mientras
el control se me escapa
de las manos.
No sé si caeré
rendido
en mitad de la calle,
o seré pasto
o abono
de cunetas frías.
Mi cuerpo está
convaleciente,
herido
y precozmente
envejecido,
por el exceso de miedo,
el sofoco
de ver arder mi cerebro
mientras duermo,
y esa nauseabunda sensación
de ansiar algo
tan profundo
que en su ausencia
se me quiebra el alma,
hasta dejar un trazo
cenízeo,
irregular,
tenue y oscuro;
con forma
de corazón.
de gritar
a todo
lo que me rodea.
Ataques de ansiedad,
mientras
el control se me escapa
de las manos.
No sé si caeré
rendido
en mitad de la calle,
o seré pasto
o abono
de cunetas frías.
Mi cuerpo está
convaleciente,
herido
y precozmente
envejecido,
por el exceso de miedo,
el sofoco
de ver arder mi cerebro
mientras duermo,
y esa nauseabunda sensación
de ansiar algo
tan profundo
que en su ausencia
se me quiebra el alma,
hasta dejar un trazo
cenízeo,
irregular,
tenue y oscuro;
con forma
de corazón.
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