domingo, 1 de julio de 2012

Santa Claus intravenoso

Queda la boca.
Puedo escupir sangre,
mover la lengua
entre los dientes.
Cortarme la respiración,
inflándome como un
pez
globo.
Un agujero negro
con el cual introducirme
en sociedad
o ensuciarme
entre sus bajos fondos.

Me queda la boca,
cuando no me queda
apenas nada.
Derrumbado el techo
con el cual
resguardarme
cuando empieze a granizar.
Con un corazón,
que de agrietarse
crea moho entre sus venas.
Habiendo perdido
un puñado inexacto
de latidos.
Siempre ajenos.
En adopción, propios.

No me queda ilusión
para excitarme,
pensando,
todo lo puedo.
TODO
absolutamente
TODO todo todo todo todo todo todo...

Mi alma sufre de anorexia.
Gramo a gramo.
Mi piel se muda
como la de un basilisco,
hacia tierras más húmedas.
Con los párpados hinchados.
Sangre coagulada bajo ellos.
Un temblor entre los dedos.


No he abierto los ojos
en el mejor momento.
Me ha tocado día de colecta.
Me han arrancado los órganos internos
para venderlos a prezio de coste.
¡Nada,
y si digo nada,
es nada!
El humo, intangible y espiral,
no vale siquiera 
lo que me falta de alma
para sentirme completamente humano.
Si me quedo hueco,
matroska,
que me rellenen con paja.
No importa si
el paisaje huele a monóxido.
El olor es buen punto de partida
para poder deambular
ciego de sensaciones
olfateando, perro mundo,
restos de rastro de restos
de un corazón mutilado.