jueves, 27 de agosto de 2015

Quieto. Distante. Rígido.



Las lechuzas sólo estaban dormidas.
Su ulular desgarrador entre los gritos y el viento atrapa las últimas horas de noche cerrada. Antes del amanecer, casi en paralelo. Ojos como lagos vírgenes donde el amarillo predomina. Apostadas sobre el cable telefónico, uno de buen grosor que soporte el peso, se dedican a gritar desgarradoramente hacia mi ventana. Existe la posibilidad de que no me persigan, de que sea una víctima aleatoria, casual; Es posible que mi corazón tenga demasiado miedo a esa pausa desacelerada durante el sueño. Pero también es posible, dentro de lo que cabe, que esas lechuzas simbolizan la regresión de los fantasmas al interior de uno mismo. Una prueba del sino para recordarte lo vivo que estás y por lo mucho que luchas. Y una amenaza, no alargar demasiado la mano dentro de la boca del lobo, no hacer acopio de locura y declararse insolvente ante Dios. Una insolvencia metafórica. Disolvente.

Ululan almas rotas desde atras de la ventana.
Las paredes agotan el eco sin demasiada prisa.
El corazón se me acelera, se me acelera, se me acelera.
Me quedo impropio. Quieto, distante, rígido.
El miedo. ¡Eso es el miedo!

El miedo a estar presente ante la muerte de uno mismo.
Una muerte prevista y añorada.
Muerte de dulces manos
y
labios
sabor a tierra.

La rapaz vigilia permanece intacta, sin un solo bostezo, sin ánimo de luto. Responden las horas al peso de la congoja. Que por dentro se sonroja con las arterias llenas de viejos recuerdos de gloria. Lechuzas representando la vacuidad del impulso, el sostenimiento del error humano como pilar irrefutable; El epicentro de caos, el punto cero a la tragedia, gritos que anidan entre desnudas plumas y ojos que rielan ante el arranque de ese ardiente baluarte que es el sol de la mañana. Las lechuzas dormirán simulando no importarles lo que ocurra dando paso a ese gallo combativo que con los primeros rayos ahuyenta las sombras forzadas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario