viernes, 22 de agosto de 2014

Esparta

Desaparezió. No dejó los ojos, una dirección. No se preocupó por saber si el tornado que pasó por su lado, arrancando su casa desde los pilares, había arrancado más vidas a su paso. Se desentendió, como al que no le importa.

Suspiró, con agobio, se había quitado un peso de enzima. Un lastre. Persiguió sus últimos sueños, y bajo una noche eterna, americana, a plena luz de día, se quedó sin pensar en nada que le recordara el pasado.

Se sentó enzima de un desierto a orillas del mar. Su desierto. Quién sabe que pensamientos le atormentaban, cuales le siguen atormentando. Quién sabe si de verdad sus palabras correspondían a su voz. La voz de alma.

Desaparezió como la vida. De forma drástica. Ya no fue tanto su agrio paso hazia la ausenzia, como el hecho irrefutable de que la reverberazión de sus latidos, se transformaba en fría brisa marina, en gélida escarcha. Será el impulso de la distanzia.

Miró sus pies; Sus huellas. No había nada a lo lejos. El viento se había encargado de tragarse cada buen pensamiento, cada buen recuerdo, cada rescate con un beso, cada batalla. Perdida o sentido en las carnes, muy adentro. No mentía. Nadie podía asegurar lo contrario, sería una falazia. Era puro corazón.

Desaparezió con sus uñas, con su ilógica sensatez, con sus desencuentros con el mundo. Hizo las maletas, facturó un buen puñado de demonios y tiró todo buen pensamiento que pudiera acompañarla. Todo por incompatibilidad, por vergüenza, por desinterés. Aunque ya lo advirtieron los astros que " el morbo es prinzipio y final de las esperanzas de muchos que sueñan ser entendidos como algo".

Se hizo humo, se lavó el corazón de viejas glorias, reseteó su conziencia, sus aspiraziones, sus curvas. Terminó de tomarse el café y sonrió en la distanzia. Volvió, sin avisar a nadie, entre sombras. Disfrutó de la soledad. Y entre tanto oleaje, entre tanto miedo, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Una sensazión amarga, como de que olvidaba algo. Cogió el teléfono y marcó un número. Uno que se conozía de memoria, aunque tampoco importase demasiado.

Sonrió. A sus adentros, expresarlo sería de débiles. Dio por hecha una buena acción. Dio por hecho una obligazión ética. A nadie nos gustan esas obligaziones. Y siguió adelante con sus dogmas, doctrinas y contradicciones. Nunca respondió nadie a su llamada. Tampoco volvió a intentarlo, no era algo demasiado importante.

Al cabo de los años, entre pliegues de sábanas ajenas, entre amores y locuras, entre promesas de pasión eterna, brillantez de pupila y besos, en feroz labio contra labio, recordó algo. Recordó como una voz lejana, como un eco hueco. Se sentó en el suelo y enzendió un cigarrillo de liar. Le temblaban las manos. Olvidaba algo. Algo muy importante. Se quedó anclada al suelo, mirándose los pies descalzos, y se imaginó que tenían garras, y un gran tamaño. Pies de monstruo. Sonrió. Sería eso lo que no recordaba, que en el fondo era una bestia salvaje, nunca domada, impronunciable y severa. Se encontraba bien, su paso por el mundo fue complicado. Volvió a mirarse los pies y no vio nada. Empezó a oler a quemado, pero no había llamas. Agitó su cabeza y decidió apagar el cigarrillo. Cada bocanada nublaba más su vista. Hermosa, piel tostada, labios rojos, roja raíz. Diminuta mota de polvo hecha persona. Diminuta y resplandeziente. Acostumbrada a los huracanes. A dejar atrás todo lo que viento se lleva de un soplido invisible. Acostumbrada a olvidar que incluso en la más completa locura hay paraísos, nada, superficiales.

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