jueves, 29 de octubre de 2015

Negra estampa

La tierra reposa plácida. Mis pies siempre fríos se pelean con el suelo. Cada paso es un pequeño salto al vacío. Tan solo un paso puede costarte toda una vida de insufribles torturas. Así transcurre el devenir y así se nos presenta. No llega a romperse la calma ni el silencio, se vician ambos lentamente a causa de los vapores de las malas decisiones. Acabamos gritando y lo jodemos todo. Ando cansado y así no es fácil que pueda llegar a correr a avisar de la llegada de los persas, pero juro por Dios, como un maldito no creyente harto de malas vibraciones cósmicas, que hay resquicios de fe. Sigue habiéndolos a pesar de la tormenta. Oí hace tiempo hablar de los tifones. Nos balanceamos como el viento por miedo, bailando, asidos por la ira o bajo los efectos de múltiples estupefacientes. Nos gusta dar vueltas sobre nosotros mismos. Y empiezo hablando de servidor, que de tanto caerse ha afectado a la gravedad de la Tierra. Mientras la tierra sigue reposando plácida a mis pies. Me consume una ira descomunal hacia ningún motivo. Por ningún motivo. Por mi propia necedad. Y alargo una telaraña mental que lo envuelve todo y me complica la respiración. Y toda conclusión hallada en la ausencia de aire no puede llegar a defender ninguna causa ante un jurado; Ante las escuetas estrellas que parpadean a veces. Sobre todo si me da por mirar hacia arriba, y las lámparas golpean furiosas luz por todas partes, superponiéndose a la de farolas y ventanas, y dejando algún hueco para alguna tímida estrella. Una silvante de ojos claros y puntas de flecha. Parpadeo. Riego mis plantas con la asiduidad debida, osea cuando no llueve. Mi templanza vale menos que el papel y ostento un ánimo de mil demonios cuando deja de llover. Soy uno de tantos tifones hechos de carne y pulso temploroso. Me vengo arriba y escupo con fuerza. Las ventanas empañadas, la ceniza que se intuye y un silencio negro. He recorrido a cada mujer como devora el fuego un pasto de verano por amor a la belleza y al arte de devorar, pero jamás encontré mayor paz que sumergir la cara dentro de blancas flores de albahaca. Como si de los pechos de la madre naturaleza se tratasen. Recobro el aliento en mitad de la madrugada. Me enderezo, bostezo, estiro los brazos y prendo fuego. Exaltación del yo. Acto reflejo. He dejado a un lado las lógicas aplastantes , ya no corrijo por defecto, apenas me manifiesto y rompo a llorar por dentro forzando la más gracil de las sonrisas en señal de afecto. Rimo a veces sin quererlo y mientras giro en varios tiempos, a tiempo, nublo la vista y estallo. No negaré la compleja vida de un niño perdido, el perder la paciencia a mitad de camino por forzar la máquina. La máquina de follar, citando a Bukowski. Lucho por estar enamorado, porque los cristales amanezcan limpios sin lejía, por conservar lo poco que me queda de entereza y por brindas las causas perdidas. Dios los crea y nosotros nos reunimos. Siempre ha sido así. Siempre movidos por el viento. Y por causa efecto, tras sumirnos en un delicioso caos, al remontar el vuelo nos graznan cuervos. Cuervos negros, tras las lechuzas de la madrugada. La tierra permanece a la espera de las primeras lágrimas.


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