Atado
a lo negro del remolino.
No es pesar,
tristeza o amargura,
el baldío camino
que me lleva
en remolinos de agua
al fondo.
No es pesar,
lo advierto,
lo juro.
Pero duele
que por más
que los dedos
se aferren
a las rocas,
a las ramas
que flotan sobre la superfizie
o al propio agua,
como empidiendo
un titánic-o hundimiento,
siempre gane la corriente.
Sonrío
tampoco es el fin del mundo.
En el fondo
sigue habiendo vida,
minúscula
y palpitante.
Pero veo el musgo
que se adhiere a mis uñas.
Veo los restos
de Pompeya,
la Atlántida
el alto del Ángel.
Y el dolor no los corroe,
sólo el agua,
que se envalentona,
se agudiza
y se estampa contra mí,
con sus carácter inamovible,
irresponsable
y sórdido.
La distanzia hasta el agujero
huele a coral fresco
y a espuma reconvertida.
Y aún así,
me sigue fascinando
cada tiburón
que se esconde
entre sus curvas.
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