domingo, 14 de agosto de 2011

Ruido


Tras pasar varios días
entre la suciedad
de vivir en comuna,
entre el humo,
continuo
y constante,
que se filtra
por cada habitación del piso,
y el ruido
de la testosterona,
en balanceo diluido,
sobre las tablas
de madera
de cualquiera de las camas;
quedarse en soledad
parece algo
casi demencial.

El ruido,
en su forma
completa e impertérrita,
causa cierto placer.
La rutina
ayuda a ello.

Pero no
por el mal hábito
de no escuchar matices
que del mundo se me ofrecen
perderé la capacidad
de escuchar los propios detalles
del ruido.
Ese ruido de piel quemada,
y estrías a conciencia.

No me termina de llenar
de todos modos
ni la soledad
absoluta
y carcelaria
de noches,
cigarro
y “comerse la cabeza”,
ni la usual
práctica social
de gemir
en consonancia
ajena,
olvidando
el individualismo
adquirido
al salir al mundo.

Me quedo,
como dormido,
en mitad
de un espacio
angosto,
poco iluminado,
con una cafetera
que nunca termina
de escupir café
sobre el fuego
aún encendido
de la vitro-cerámica.
Cuando necesite compañía,
haré señales de humo,
o ya me toparé con alguien.
No me da miedo la soledad.
Sólo,
no saber catarla.

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